En los últimos años la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial, hasta tal punto que la OMS la considera la gran pandemia del siglo XXI. Considerada hoy en día una enfermedad en sí misma, también aumenta el riesgo de padecer múltiples enfermedades y acorta la esperanza de vida de quien la padece.
Habitualmente se considera que la obesidad o el sobrepeso son cuestiones exclusivamente físicas: si se ingieren más calorías de las que se consumen, se engorda.
Es cierto que hay que descartar cuestiones orgánicas, problemas médicos que lleven a engordar, como el hipotiroidismo, por ejemplo, que dificulta la pérdida de peso, a pesar de ingerir escasas cantidades de comida. También se conocen ciertas alteraciones enzimáticas (déficit de proteínas desacoplantes) que dificultan la pérdida de peso y que se pueden mejorar con una correcta administración de complementos nutricionales y así facilitar el adelgazamiento.
Estas son cuestiones biológicas. Pero en ocasiones, el aspecto emocional es determinante. No solo se deben cambiar los hábitos, adaptarse y aprender a comer sano, sino que hay que tomar en cuenta estos poderosos factores que, en ocasiones, se interponen a la consecución del objetivo: conseguir un peso sano.
El ser humano entiende lo que debe comer - hay información suficiente en múltiples soportes y plataformas, a veces tanta que genera ruido -, pero hay muy poca que señale las raíces de los fracasos.
Muchas de las personas que llegan a las consultas médicas son hombres y mujeres que han realizado múltiples dietas pero no han conseguido adelgazar o, aunque inicialmente hayan perdido peso, les ha sido imposible mantenerse en un peso saludable, volviendo a engordar. Según un estudio de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) un 82% de las personas que realizan una dieta fracasan. Descartados los trastornos orgánicos, tendríamos que poder examinar los condicionantes psicológicos que pueden intervenir en su tendencia al sobrepeso, la relación que tienen con la comida.
Son muchas las cuestiones psíquicas que pueden relacionarse con estos fracasos, generalmente inconscientes. Por citar una de las más frecuentes, la ansiedad o angustia, personas que utilizan la comida como si fuera un ansiolítico, comen para calmar la ansiedad.
Pero también la existencia de fantasías inconscientes puede estar actuando como obstáculo para obtener un peso sano. A veces subyace un miedo a morir de hambre, aunque uno tenga reservas suficientes para estar una semana sin comer. Se come por ese temor a morir de hambre, que es un temor inconsciente que solo se puede detectar en un proceso de terapia analítica.
Problemas con la percepción de la imagen corporal, prejuicios sociales o culturales, depresión, pueden ser causa de los fracaso, incluso algunas que nos pueden parecer tan sorprendentes como problemáticas afectivas o amorosas que se están expresando en la esfera alimentaria. Y todo ello de manera inconsciente.
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