Estamos en el siglo XXI, es un dato cronológico. Ha habido grandes progresos a lo largo de la historia, hemos alcanzado la luna, hemos llegado a Marte, pero los humanos, el hombre, la mujer ¿han llegado al siglo XXI? A lo largo de la historia ha progresado el objeto técnico pero ¿ha progresado el hombre o el hombre ama y odia como hace cuatro mil años?
Hablar de la sexualidad del siglo XXI, sería por una parte plantear cual es la sexualidad actual, cómo se piensa, cuáles son sus determinantes, en qué pensamiento se sostiene, porque vivimos según los libros escritos, según los pensamientos producidos. Y por otra parte cual sería o podría ser la sexualidad de un hombre, una mujer del siglo XXI, de acuerdo con estos pensamientos.
Y aquí tropezamos con un primer obstáculo: La sexualidad humana es confundida, siempre, incluso por médicos, por científicos y por casi todos los intelectuales, con la genitalidad animal. Y animal porque tiene que ver con la reproducción de la especie. Pero los humanos somos hablantes y por eso deseantes, lo que tergiversa toda la cuestión.
No nacemos sabiendo, para el hombre todo se construye en y con el lenguaje, ni siquiera sabemos cómo desenvolvernos en la relación sexual, algo que para los animales es instintivo. Con respecto a esto hay un relato griego, Dafnis y Cloe, que nos muestra cómo los humanos no nacemos sabiendo amar, es algo que se aprende. En este relato los jóvenes chicos: Dafnis él y Cloe ella, se casan y duermen juntos, pero noche tras noche no sucede nada entre ellos; un día una anciana le explica al joven lo que ha de hacer con su esposa. Ninguno de los dos sabía. Ninguno de nosotros lo sabía, todos lo hemos aprendido en el lenguaje. Nada es instintivo en el hombre, ni siquiera lo que parece más instintivo: la genitalidad.
La sexualidad sostiene nuestro cuerpo y sus tendencias, sean del tipo que sean. Pero esa misma sexualidad también es la que sostiene y conduce el arte, el trabajo, la política, la investigación científica, las relaciones sociales, la vida en general. Podríamos decir, desde el Psicoanálisis, un pensamiento que inaugura el siglo XX y que piensa la sexualidad humana, que esta es una sexualidad amplia, casi sin límites. Incluye la reproducción pero también la producción, la creación en general, es decir, todo lo relacionado con la sublimación.
Segundo obstáculo, cómo pensamos la sublimación. Y aquí nos sale al paso la moral que rige la vida cotidiana, la que anida en nuestros corazones y determina nuestros actos, que no es otra que la moral victoriana que impone una represión de las relaciones genitales bajo el pensamiento de que es con la energía genital con la que se sublima, reprimiendo esa energía se facilita el conocimiento y el arte. Sin embargo el psicoanálisis nos viene a decir que no se sublima con la energía genital sino con la libido narcisista, aquella que se retira de los objetos. Pero seguimos pensando como hace dos siglos y creemos que una vida austera facilita las cosas, cuando lo que realmente impone es una doble moral: las relaciones sexuales sólo están permitidas, sólo están bien vistas dentro de los márgenes establecidos como legales, en las relaciones estables y si me apuran dentro del matrimonio.
Frente a la imposibilidad de cumplir “humanamente” con las exigencias de esta moral, el hombre genera una doble moral: él puede lo que ella no puede. Las relaciones fuera del ámbito establecido están permitidas para el hombre y prohibidas para la mujer. Y esto que nos puede parecer algo del pasado sigue vigente, el hombre sigue siendo un conquistador y la mujer una casquivana.
Algo que no sólo se juega en la realidad, en el acto, sino también en el pensamiento, la mujer se siente perdida por los sentimientos sexuales que como humana tiene. Bajo esta moral tiene tres posibilidades: infiel, insatisfecha o neurótica (es decir, tiene síntomas diversos). Para escaparse de ese destino tendría que ser amoral, esto es, no estar bajo la égida de la moral victoriana.
Pero además si se reprime la sexualidad, se reprime el pensamiento, algo que en el caso de la mujer incide sobre la represión que históricamente pesa sobre ella. Porque a lo largo de la historia a la mujer se le ha reprimido la sexualidad, se le ha prohibido pensar o hablar de sexo, tener fantasías sexuales y más aún hablar de ellas.